Testimonio de Vida y Fe

“Vivir para contarla”
Gabriel García Márquez

Soy una mujer nacida en la ciudad de México en el seno de una familia muy numerosa. Soy la sexta de once hermanos, nací y crecí  con todos los movimientos, emociones, haceres y deshaceres que ser parte de una familia numerosa y tradicional implica.
Crecí con lo que pudiera definirse como una vida normal, fui a la escuela, tengo tres hijos, me desarrolle profesionalmente, pero, en julio del 2006 una noticia cimbró mi alma y cambió mi vida. Lo hasta entonces vivido me había enfrentado a eventos muy emotivos y gratificantes, también tristes y llenos de desesperanza, pero esta noticia me impactó y sorprendió al extremo, superaba todo lo  vivido.
Fui diagnosticada con cáncer, un melanoma en IV grado de origen en el talón de mi pie derecho, debo confesar el gran miedo, incertidumbre y vórtice de emociones en lo que me vi inmersa, sinceramente y en honor a la verdad no lo desearía a nadie.
Ahí empezó un gran camino de citas médicas, opiniones y tratamientos. El cáncer no sólo estaba en el talón. Había viajado a los ganglios de la ingle de mi pierna derecha. El cirujano oncólogo Dr. Héctor Martínez Said, especialista en melanomas, médico adscrito al servicio de piel y partes blandas del INCAN México (Instituto Nacional de Cancerología) me informó que sería sometida a cirugía con él y el Dr. Samuel Parada, médico adscrito al servicio de cirugía plástica y reconstructiva del INCAN, con el gran riesgo de perder mi pie derecho, pues el melanoma se había extendido casi en su totalidad a talón.
Antes de ingresar a cirugía, por medio de una tomografía, los médicos certificaron que no había metástasis a pulmón e hígado; fue así que en agosto de 2006 ingresé por primera vez al quirófano, espacio que visité repetidamente, pues fui sometida a seis cirugías más. También recibí sesiones de quimioterapia y radioterapia.
Seguía mis tratamientos con mucha disciplina, esperanza y aceptación pues aunque se escuche paradójico, sentir tan de cerca a la muerte me hizo valorar inmensamente la vida,  mis hijos, mi familia, mis amigos, mi espacio y la gran presencia de Dios que hasta ahora estaba obnubilada y somnolienta.
Otra sacudida física y emocional la viví en enero del 2007 pues el cáncer había hecho metástasis al pulmón, que con la localización del talón, la rodilla y la ingle de mi pierna derecha lo tornaba realmente difícil y limitaba las opciones de tratamiento, en este momento fui parte de un protocolo de investigación internacional de un laboratorio extranjero (Pfizer) para un anticuerpo monoclonal “tilisulimab” el cual abandoné por presenciar un avance de la enfermedad.
Fue en este andar, cuando en compañía de mis hijos y mis amigas, grandes mujeres que están conmigo de alma a alma y de corazón a corazón, visité otras alternativas de salud a través de reiki, yorey, medicina vibracional y herbolaria, estos apoyos hicieron más ligero y menos obscuro el camino.
En abril de 2008 al acudir a mi cita al INCAN con el Dr. José Luis Aguilar, médico adscrito al servicio de oncología médica, junto con el Dr. Héctor Martínez Said, después de analizar el PET CT (un estudio de medicina nuclear) y haber terminado mis sesiones de quimioterapia con dacarbazina, me informaron que el cáncer era inoperable y clínicamente me desahuciaron. Ya no había para mí, ninguna alternativa médica, ningún tratamiento, pese a la gran dedicación de médicos y enfermeras y en general de todo el personal del INCAN, quienes me dieron no sólo su excelencia académica, sino también su gran calidad humana.
Fue un día difícil, me acompañaba mi hija como siempre, lloramos juntas y en privado como pocas veces en mi vida, pues la esperanza de vida era muy ligera y estrecha. Le pedí a Dios que me diera la aceptación. Fue entonces que un vecino, carpintero de profesión, me comentó que acudía a una iglesia que le había dado bienestar y armonía después de una vida poco armoniosa y desordenada; dijo que ahí podían ayudarme. Me sentía con mucha desesperanza pero aún así hice poco caso; el vecino trajo hacía mi un cirio de esta iglesia a la que él asistía y me dijo que lo prendiera y le pidiera lo que yo necesitaba.
Recuerdo como su fuera hoy el día que lo prendí; me puse frente a él y empecé a hablarle. Sé que suena sorprendente pero así fue, la flama se alzaba, danzaba y se balanceaba como si respondiera a lo que yo pedía, una gran emoción sacudió todo mi cuerpo y mi alma. Lloré y me sentí ligera y escuchada.
Con el transcurso de los días sentí que esta iglesia Eliasista que no conocía hasta ese momento era mi espacio, era la puerta que había que tocar.
Llegué a la iglesia un martes a las cinco de la tarde, observé un zaguán verde de metal abierto sólo en una hoja y con mucha dificultad subí una escalera forrada con alfombra verde que me condujeron a una banca de madera azul que fungía como sala de espera. Ahí me dijeron que esperara mi turno, tengo que informarme quién es la última persona por pasar. Desde donde estoy sentada observo escalones, arriba, hay un pequeño altar blanco con cajitas y cruces muy diferentes a las que conocía hasta ahora, además de símbolos que nunca antes había visto. Todo un altar nuevo, nada que ver con lo que convencionalmente se usa en la iglesia católica.
Estaban también hombres y mujeres vestidas con batas blancas como si estuviéramos en un hospital, están sentados frente a lo que podría decir su paciente o consultante. Las personas de bata blanca tienen diferentes funciones y jerarquías, pues hay quien organiza a los que estamos ahí, otros utilizan los símbolos del altar como herramientas para dar bienestar a los consultantes y otras que asisten a los terapeutas (sacerdotes Eliasistas, personas sabias y crecidas espiritualmente) un hombre y una mujer, a los que se refieren como hermanos; la hermana Mary guardiana de la tribu de Simeón y el Maestro Víctor Parra Gómez jefe de la Primera iglesia Principesca de Efeso. Yo decidí pasar con el maestro.
Así lo conocí, recuerdo muy bien el escenario, una silla para adulto, una para niño y una pequeña mesa redonda anaranjada que tenía un cirio casi para terminar y un frasco plástico con dosificador con un liquido verde transparente de olor agradable; pero lo que más recuerdo fue la paz y armonía, la tranquilidad y gran confianza que me hizo sentir sin emitir una sola palabra, simplemente con su gran presencia.
Cabe mencionar que en estos momentos estaba inmersa entre la duda, la desesperanza, la confusión que adormecían mi estado de alerta, me sentía flotando en una nube densa de color gris y fría. La presencia del maestro hizo en mi alma y en mi ser, más que la quimioterapia, siento que fue una quimioterapia emocional y espiritual que nunca antes había vivido y sentido.
Se incorporó de donde estaba  sentado para recibirme, me saludó y amablemente me invitó a sentarme.
Empecé diciendo cual era mi actual estado de salud, también expresé cómo había llegado ahí, le comenté con gran emoción mi experiencia con el cirio y sus palabras me dijeron que había contactado con Dios; las lágrimas y gran emoción llegaron nuevamente a mí.
Después de escucharme, siento que no sólo con el oído y la mente, sino también de alma y corazón, y contenerme con su mirada y gran presencia, paz y serenidad, asentó que mi situación era difícil, pero que estaba en la casa de Dios, me pidió que tuviera fe. Con estas palabras me inyectó  mucha esperanza, me dijo también que haría todo lo que estuviera a su alcance, aunque cabe mencionar, nunca prometió curarme.
Recuerdo que sentí un gran alivio. Me sentía entendida y escuchada. Fue entonces cuando me dijo que haría una curación espiritual, tomó el líquido verde de olor agradable que estaba sobre la mesa, lo puso en sus manos y las frotó, lo olió y luego cerró los ojos. Después, extendió sus brazos con las palmas hacia arriba en posición de recibir e invocó al altísimo. Le pidió que depositara en él lo que fuera necesario para mí.
 A través de sus manos recibí la energía de Dios. Me dio más que el bienestar físico, me dio paz y aceptación. Tocó mi cabeza y mi mente.
Yo, con los ojos abiertos observé como levantó sus brazos y tomó algo del espacio y lo inyectó en mi pierna, rodilla y pie. Antes de que él abriera los ojos, agradeció al altísimo por lo que le había dado para mí. Al abrir los ojos, con la cabeza asentó que estaba hecho.
Para mí fue una gran experiencia, nunca antes vista ni vivida, mucho menos sentida, pero  dio bienestar y tranquilidad a  mi alma y sorprendentemente mi pierna se desinflamó; salí bajando esa escalera que había subido con dificultad, alternando los pies y sin dolor.
Le agradecí profundamente y él me contestó que le agradeciera a Dios, que él sólo era el vehículo, aún así, le agradecí.
Después de este día visito la iglesia dos veces por semana y el cambio físico y emocional es sorprendente, pues después de ser desahuciada clínicamente, gracias a Dios y a la gran sabiduría, calidad humana, bondad y gran presencia del maestro Víctor Parra Gómez, sigo viva, cada día con más conciencia y cercanía a Dios, pues el maestro con sus sabias reflexiones me ha acercado a él.

Gracias Maestro por ser parte de mi vida, que Dios le bendiga.


ROSARIO AGUILAR CERVANTES
Lo que no te mata, te fortalece”
Friedrich Nietzsche