LA HUMILDAD COMO VIRTUD Y NO COMO POBREZA

          Comenzaré este artículo con una mención necesaria de la definición de humildad, y es la característica que define a una persona modesta, alguien que no se cree mejor o más importante que los demás en ningún aspecto, es decir, humildad es la ausencia de la soberbia.

          El término deriva del latín humilis, que se traduce no solamente como humildad directamente, sino también como: bajo o de la tierra. Humildad es reconocer nuestras debilidades, cualidades y capacidades y aprovecharlas para obrar en bien de los demás, pero sin decirlo.
          
          La filosofía contemporánea también la define; por ejemplo, Kant se encuentra entre los primeros filósofos con una concepción de la humildad como “meta-actitud” que proporciona a la gente la perspectiva apropiada a la moral. La noción de Kant vislumbra a la humildad como una virtud verdadera y central en la vida.
          En un caso aislado en situaciones diferentes en Espacio- tiempo; Mahatma Gandhi, sugiere que la verdad sin humildad es corrupta y deviene en caricatura arrogante de la verdad; nuevamente aquí se nos menciona la arrogancia o la soberbia.

          La humildad sigue siendo una virtud central en el taoísmo. La frase siguiente describe como debería entenderlo una persona de acuerdo a las enseñanzas del Tao Te Ching:

          “Una persona sabia actúa sin proclamar sus resultados. Archiva sus méritos y no se queda arrogantemente en ellos, no desea demostrar su "superioridad" ante los demás”

           Ahora bien adentrándome en nuestra Religión, y Juntando estas tres diferentes concepciones: el hombre que es humilde no aspira a la grandeza personal que el mundo admira porque ha descubierto que ser hijo de Dios (por adopción) es un valor muy superior. Va o debe de ir realmente tras otros tesoros; es decir por ningún motivo debe de estar o permanecer en competencia con ninguno de sus hermanos de religión, se tiene por un momento que ver a sí mismo y al prójimo, juntos ante Dios. Así pues se sentirá verdaderamente libre para estimar y dedicarse al amor y al servicio del Altísimo sin desviarse en juicios que no le pertenecen ni que deben de acrecentarse con resentimientos estériles ante sus hermanos sea cual sea la jerarquía y/o situación.
           
           La humildad no solo se opone al orgullo sino también a la auto-humillación (situación que también se suele confundir como la pobreza), que es la situación en la que dejaríamos de reconocer parte o completamente los dones, gracias y privilegios que hemos recibido del Altísimo así como la responsabilidad y en gran manera el privilegio que tenemos al ser sacerdotes y/o dirigentes y poder ambos ejercitarlos según la voluntad del Altísimo.
          
           El Divino Maestro Jesús, es el mayor ejemplo de la humildad encarnada, siendo el Unigénito de Dios todos sus actos en la Tierra dependían siempre de la voluntad de su Padre. Nunca busco por los méritos de su Grandeza llamar la atención sobre si mismo sino siempre dar la gloria al Padre.
Después de esto planteo una pregunta ¿Qué es en lo que debemos de cambiar o mejor dicho como habremos de regenerarnos para ser humildes? Dos partes fundamentales en el comportamiento que en este camino del sacerdocio o simplemente de nuestra vida, todos en mayor o menor manera hemos pasado. El Orgullo y la Soberbia.

           Por el orgullo buscamos la superioridad ante los demás. El orgullo hace que muchas personas no busquen sus metas, se crean superiores a los demás y cometan una serie de equivocaciones: creen que lo pueden todo, imponen sus decisiones y desprecian a las otras personas.
La soberbia consiste en el desordenado y desbocado amor de la propia excelencia, es decir, el amor al ego. Esa actitud de soberbia es contraria a la generosidad, la empatía y la amistad porque impide comprender a los demás y les hace pensar que no necesitamos de ellos. Por otra parte, frena el crecimiento personal: cuando creemos que lo sabemos y lo podemos todo, dejamos de esforzarnos para alcanzar nuevos logros.

           El hombre humilde, debe de localizar algo que falla en su vida y lográndolo tendrá la capacidad para poder corregirlo, aunque este acto duela e incluso lo haga entrar en un choque (que lo retroalimentará). El soberbio al no aceptar, o no vislumbrar ese defecto en sí mismo, no puede corregirlo, y se queda con él, incluso trasciende hasta poder creer que es siempre lo correcto lo que dice o hace. El soberbio no es capaz de conocerse o simplemente se conoce mal.

           La soberbia en gran manera todo lo corrompe, donde existe y se siembra la soberbia, todos los círculos en los que nos desenvolvemos se ven dañados: la familia, los amigos, el lugar donde se trabaja, nuestro recinto, nuestros hermanos de religión, etc. Alguien soberbio carente de humildad puede o no ser pobre, no es la pobreza una virtud, sino más bien un estado mental. Alguien soberbio se exigirá para sí mismo un trato especial porque se cree distinto a los demás, ¿habrá entonces que evitar sutilmente herir su susceptibilidad?
           
           La actitud dogmática en las conversaciones, las intervenciones irónicas (que no importa dejar en mal lugar a los demás por quedar bien), la tendencia a poner punto final a las opiniones o sugerencias que en unidad grupal se dan y que surgieron con equidad, con sencillez y con verdadera humildad. Esto es lo contrario a esta virtud de la Humildad.

          Estas no son más que manifestaciones de algo más profundo: un gran egoísmo que se apodera de alguien cuando ha puesto el horizonte de la vida en sí mismo, a tal grado que el egoísmo lo ciega, y no solo eso, ciega el horizonte de todos los demás. La humildad a diferencia otorga apertura a los demás, y es capaz de transformar cualquier ambiente. La humildad abre constantemente camino a otra virtud o valor muy grande que es La Caridad; La Caridad cala hondo, como el agua en la grieta de la piedra, y termina siempre por romper la resistencia más dura.

          Una persona que vive en la verdadera humildad como virtud, hace el esfuerzo de escuchar y de aceptar a todos, una palabra dicha con humildad tiene el significado de mil palabras agradables.
Humildad también es aceptar las cualidades con las que nacemos o desarrollamos, desde nuestro cuerpo, así como nuestras cualidades y capacidades con que El Altísimo nos ha dotado, y hasta las cosas más preciadas. 

           Pero aún así, más debemos utilizar estos recursos de forma benevolente y en beneficio de los demás. Ser humilde es dejar hacer y dejar ser, si aprendemos a eliminar la arrogancia, reconocemos las capacidades físicas, intelectuales y emocionales de los demás. Por tanto, el verdadero signo de la grandeza es la humildad. La humildad permite a la persona ser digna de confianza, y de respeto. En la medida en que somos humildes, adquirimos grandeza en el corazón de los demás, pero sobretodo adquirimos el reconocimiento en los cielos, del Altísimo.

          Como sacerdotes el éxito en el servicio a los demás proviene de la humildad; cuanto más humilde, mayores logros obtendremos. No puede haber beneficio para el mundo sin la humildad. Para ser humildes, necesitamos ser realistas. Únicamente así podremos aprovechar todo lo que somos y poseemos para obrar el bien.
ASÍ SEA

VÍCTOR PARRA ROMERO
SACERDOTE GUARDIAN DEL SELLO PRIMERO
IGLESIA PRINCIPESCA DE EFESO